La mayoría de los padres o cuidadores se enfocan en el cuidado de sus hijos, acudiendo a las visitas pediátricas y ocupándose de que nada le haga falta, pero a menudo descuidan de su propia salud, empezando por la salud mental. Hablar de salud mental sigue siendo un tema tabú, sobretodo cuando se aborda desde el contexto de la crianza. La realidad es que millones de niños, niñas y adolescentes viven con padres con trastornos mentales y abuso de sustancias, que no son diagnosticados o tratados adecuadamente. De hecho, el 68% de las mujeres y el 57% de los hombres con enfermedades mentales y abuso de sustancias son padres. Es alarmante que en América Latina y el Caribe aún se evidencian profundas brechas en la prevención y el acceso a tratamientos de trastornos mentales y abuso de sustancias. Ahora, la pregunta es, ¿Influye la salud mental sobre el desarrollo de sus hijos? Claro que sí, cuando los padres sufren trastornos mentales, el resultado que obtenemos la mayoría de veces es un vínculo afectivo débil entre los padres y sus hijos y un entorno inestable y poco estimulante, que impacta fuertemente a la maduración cerebral y al desarrollo de la personalidad de los pequeños. Por otro lado, el contacto visual, el lenguaje verbal, las expresiones amorosas como caricias y sonrisas, y los juegos interactivos que estimulan y refuerzan la interacción también se ven reducidos. Estas carencias y la percepción de un entorno inseguro exponen al pequeño al desarrollo de problemas conductuales, emocionales y sociales a corto y a largo plazo. Suelen ser niños inseguros y ansiosos. La razón de esto es que cuando una persona padece un trastorno mental se reduce su capacidad de empatía, la sensibilidad emocional y poder percibir señales, interpretarlas correctamente y responder inmediatamente y de manera apropiada.
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